1. Donde se narra lo acontecido en los tiempos en que no existía la Pediatría ni la Nefrología

La evolución de la medicina hasta la aparición de los médicos especialistas en las enfermedades de los niños y, posteriormente, de los dedicados a las distintas facetas del modo de enfermar de los niños, ha sido muy lenta.

Durante siglos, los médicos eran lo que hoy llamamos "médicos generales". Dominaban todos los aspectos del saber médico hasta entonces conocido, si bien era lógico que tuvieran predilección por aspectos concretos. Ese debió ser el caso de Arib Ibn Sa'id, médico cordobés del siglo X, que escribió el Libro de la generación del feto, el tratamiento de las mujeres embarazadas y de los recién nacidos (1). El libro consta de 15 capítulos, de los que los ocho primeros se refieren a Obstetricia; los siete restantes son concernientes a temas de puericultura y a las formas de enfermar de los niños. En él, se hace referencia únicamente a tres aspectos de la patología nefrourológica: los cálculos renales, "el niño que se orina en la cama" y la "edad de la circuncisión de los niños".

En aquella época, influenciados por los grandes médicos de la antigua Grecia, especialmente Hipócrates, se creía que la causa de los cálculos, muy frecuente alrededor de los tres años de edad, estribaba en "que sobrepasan el régimen en la alimentación después del destete y acumulan en su cuerpo humores abundantes y crudos que descienden hasta la vejiga y se desecan con el calor que domina mucho en esta edad. Esto da lugar a un cálculo, debido a que el cuello de la vejiga del niño es estrecho y no puede salir por él la materia espesa, petrificándose aquellos materiales". Para el tratamiento de los cálculos vesicales, "beberá agua de achicoria y de anís y medicamentos parecidos, que hacen fluir la orina y disolver los cálculos". Si no esto no diera resultado, "se tratará la piedra con maniobras para sacarla a través de la uretra de donde está depositada y si no da resultados se hará una incisión y se sacará la piedra". La enuresis nocturna también tenía su tratamiento: "Cuando el niño se orina en la cama tomará cocimiento de ruda montaña y le será eficaz si Dios quiere".

No tenemos referencia a nuevos tratados de enfermedades de los niños escritos en nuestro país hasta el Renacimiento. El siglo XVI, según Luis Granjel, constituye "una de las más brillantes etapas de la Medicina española" (2).

Pedro Jacobo Díaz de Toledo publicó en 1538 su obra Opusculum recens natum de morbis puerorum, que se considera como el primer tratado español dedicado a las enfermedades de los niños. Dos de los capítulos están dedicados a la hidropesía y a las alteraciones de la micción.

Luis Lobera de Avila, médico al servicio de Carlos I, escribió el Libro del régimen de la salud, y de la esterilidad de los hombres y mujeres, y de las enfermedades de los niños, y otras cosas utilísimas (Valladolid, 1551). Los capítulos XIV a XLI se dedican a las enfermedades de los niños (3). Los temas son diversos como la epilepsia ("que es gota coral o alferecía"), la perlesía (parálisis), el espasmo, el asma o las lombrices, pero ninguno de ellos se refiere a las enfermedades renales de los niños.

Luis Mercado, catedrático de Valladolid y médico de cámara de Felipe II y Felipe III y autor de un magistral tratado sobre "el garrotillo", escribió un tratado de patología infantil titulado De puerorum educatione, custodia & prouidentia, atque de morborum, qui ipsis accidunt, curatione, libri duo (1611), en el que se tratan diversos temas pediátricos como "la supresión de la orina" (2).

Pero el gran tratado de la época sobre las enfermedades de los niños es el que editó en Zaragoza, en 1600, el médico aragonés Gerónimo Soriano, titulado Método y orden de curar las enfermedades de los niños (4). Tres de los 39 capítulos de los que consta el libro se refieren a la orina: "De la hinchazón de todo el cuerpo o de parte alguna dél" (cap. XV), "De la excoriación, escaldadura y sahorno a causa de la orina" (cap. XXIX) y "Del mal de piedra, de urina y de arenas" (cap. XXXIV).

El capítulo XV, junto con el referido en el libro de Díaz de Toledo, es una de las primeras descripciones del síndrome nefrótico en la niñez: "Topa a veces un hombre con unos niños tan hinchados y entumecidos, que tocándolos con los dedos, se les hacen unos hoyos aunque no tan profundos como en el edema. La causa desta hinchazón es acuosidad densa y ventosidad echada de naturaleza afuera entre cuero y carne, y otras veces debajo las membranas que cubren los huesos, y otras veces en medio dellas y del peritoneo, lo cual procede de sobra de alimento que toma el niño, en cantidad o en calidad, y así sucede la acuosidad gruesa y densa, y por flojeza del calor, la ventosidad y naturaleza los expele a las partes dichas, y así se entumecen e hincha el cuerpo o partes algunas dél". El autor observó la oliguria de estos pacientes: "Muchísimas veces se les hincha la barriga por detención de urina". El tratamiento recomendado era el siguiente: "Si tuviere el niño hinchado todo su cuerpo, o parte alguna dél, toma de saúco y brotecillos de yezgos, la cantidad que quisieres, cuécelo todo en vino blanco, que será muy bueno".

En otro capítulo, Soriano intenta explicar la razón por la que los cálculos en los niños son más frecuentes en la vejiga que en los riñones: "De donde aunque estos humores gruesos lleguen a los riñones, por causa del calor innato tan abundante que los niños tienen y la facultad natural tan robusta, se disuelven allí, y con facilidad los expelen los riñones a la vejiga, la cual es membranosa y casi exangüe y tiene gran capacidad, por lo cual, los humores se detienen en ella y se espesan y convierten en piedra". También resume la clínica que da esa piedra en la vejiga o, dicho de otro modo, "las señales que muestran haberla": "Estas son una comezón en los miembros genitales y se les refregan y rascan a menudo, y a veces se les entumecen y tienen continua gana de mear y mean poco, y aquello, gota a gota". El proceso de curación incluía un baño caliente y la administración de un tratamiento tópico: "Luego como les vieres con tal enfermedad báñalos en cocimiento de malvas, de malmavisco, de linojo y de parietaria, que es la yerba del muro, dicha de los médicos helxine. Después dales algo para que mueva a urina. Finalmente, cuando le acostares para que se aduerma, le untarás en derredor de los testículos y partes vergonzosas con aceite, y darle has para que beba un poco de agua de morabacos con leche" (4).

Ya entrados en el período del Barroco, los nuevos textos sobre enfermedades de los niños no hacen aún referencia a nuevos trastornos renales. Así, Francisco Pérez Cascales, autor del Liber de affectionibus puerorum (Madrid, 1611) escribió sobre la supresión de orina y la litiasis. Asimismo, Juan Gallego Benítez de la Serna, médico de cámara de Felipe III, que escribió Opera Physica, Medica, Ethica, quinque Tractatibus comprehensa (Lugduni, 1634), en su tratado tercero, también se refiere a la calculosis aunque introduce un nuevo concepto, su componente hereditario (2).

A diferencia de lo que muestra la literatura española de los siglos XVI y XVII, la literatura médica del setecientos no recoge ningún texto consagrado a exponer, de modo sistemático, la patología infantil. Durante esta centuria, los escritos pediátricos constituyen descripciones monográficas o capítulos de obras generales de medicina. En las Universidades, los problemas relacionados con la patología infantil son estudiados con la medicina general y en los Reales Colegios de Cirugía, la enseñanza de las enfermedades de los niños forma parte de la Tocoginecología (2).

Una descripción de las principales enfermedades infantiles, aparece en la obra de Francisco Rubio titulada Arte de conocer, y de curar las enfermedades por reglas de observación, y experiencia, para la juventud médica (5). Además de tratar de la litiasis vesical, el Libro Primero, Capítulo Segundo, Distinción II, titulado "Observaciones sobre las orinas morbosas", es un tratado de uroscopia o "uromancia". La definición de orina es digna de recogerse: "Orina, se llama aquel humor excrementicio natural, que arrojan los vivientes, y que separan los riñones de la masa común de la sangre, y es conducido à la vejiga por los ureteres, y se arroja fuera por la via comun". El apartado en cuestión consta de 51 pequeñas secciones, de las que vamos a recoger la número 39: "La materia visible que se observa en la orina fria, y reposada, à manera de un polvo pesado en el fondo del orinal, y se produce de la materia cruda, critica, ò morbosa, se llama sedimento, el qual segun la variedad en la quantidad, qualidad, y color, demuestra muchas señales apreciables para el conocimiento, y el pronostico".

La educación de los médicos españoles en el conocimiento de las enfermedades en la infancia en la primera parte del siglo XIX se debió a traducciones al castellano de obras francesas como las de Capuron, Barrier o la de Rilliet y Barthez. La enseñanza universitaria de la patología infantil figuraba adscrita a las cátedras de Obstetricia. La enseñanza de la patología infantil, confiada a tocólogos, adolecía graves deficiencias (2). Favoreció el desarrollo de la Pediatría durante los decenios finales de la centuria, la preocupación de que en un buen número de médicos españoles suscitaban los problemas etiopatogénicos y terapéuticos de las enfermedades infecciosas, la tuberculosis infantil, las enfermedades respiratorias y los procesos meningoencefalíticos. En todo caso, los médicos con especial interés por las enfermedades de la infancia debieron sentir la necesidad de desligarse de la Ginecología y de constituir una nueva especialidad dedicada por entero a los problemas propios de la patología infantil. Así, en menos de 10 años, se creó la primera revista pediátrica, el Boletín de la Sociedad Protectora de los Niños (Madrid, 1879), se inauguró el Hospital del Niño Jesús (Madrid, 1881) y el 16 de septiembre de 1886 se publicó el Real Decreto por el que se creaban las cátedras de Enfermedades de la infancia.

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